Cuando Melania González estaba en la universidad, le tocó ser la única mujer en un grupo de 40 estudiantes de Ingeniería en Computación.

En un curso, “el profesor puso un ejercicio en la pizarra y quería que lo resolviéramos ahí. Por bien o por mal, él dijo: ‘Primero, las mujeres’ y tuve que pasar al frente. Me expuso.

”Esas situaciones te obligan a representar al resto de tu género, porque, si ya no lo hiciste bien, van a pensar que todas las mujeres no lo hacen bien”, recordó la joven, hoy de 29 años.

Esta es solo una anécdota para Melania González, quien lidera un grupo de 30 personas (todos hombres) en Prodigious Latin America , una empresa dedicada a la producción digital y el desarrollo web.

Sin embargo, su historia brinda una idea de las presiones y los obstáculos con que se enfrentan las mujeres que deciden ingresar a carreras de ciencia, tecnología, ingeniería o matemática (STEM, por sus siglas en inglés).

El mismo Estado de la ciencia, la tecnología y la innovación confirma que apenas un 33% de las mujeres que se desempeñaban en el campo científico-tecnológico se dedicaban a las ingenierías y a la tecnología entre los años 2013 y 2015, frente a un 67% de hombres que laboran en estas áreas.

En ambos sentidos. Si bien aún la balanza se inclina más hacia un lado, la experiencia de González, junto a la de Ana Patricia Loáiciga y Laura Incer (dos profesionales que también trabajan en Prodigious Latin America ), demuestra que tanto el campo tecnológico como la población femenina se ven beneficiados con la incursión de mujeres en estas áreas profesionales.

“Somos muy pocas mujeres y el campo para nosotras es grandísimo, porque aportamos cosas y a veces ni siquiera nos damos cuenta. Por ejemplo, somos más empáticas”, dijo Loáiciga.

A ella la sedujo la informática desde que estudiaba en el Colegio Científico de Pérez Zeledón. “Me enamoré cuando me di cuenta de que yo podía hacer cualquier cosa desarrollando software . Yo pensaba en mi mamá, que era trabajadora social y todos los años tenía que hacer un cierre de casos. Eran horas y horas y yo decía: ‘Pero si esto con un software se puede solucionar’”, rememoró.

Aunque existe el estereotipo de que hay carreras en las que algunas personas funcionan y otras no, Loáiciga está convencida de que las habilidades necesarias para optar por estas profesiones se pueden desarrollar.

“Hay que aprender a abstraer. Debemos pensar en general y quebrar los problemas en problemitas (...). Aplicar el conocimiento en las diversas áreas; lo que le enseñan a uno no solo eso se puede hacer, hay que expandirse y conectarse. A mí eso me encanta”, destacó Ana Patricia.

Las destrezas adquiridas han ayudado a Loáiciga a brillar en su carrera profesional, pues ha escalado puestos en la empresa y liderado equipos de trabajo. Sin embargo, también le han sido útiles en su vida personal, pues es mamá y comenta que el ser ingeniera le permite organizarse mejor con su pequeña de tres años.

“Yo fui mamá ya siendo profesional y casada, pero si ya tienen hijos y por alguna razón no tienen a su pareja a la par, pienso que es importante que sepan que se pueden hacer las dos cosas. El ámbito tecnológico le permite a uno estar con su hijo y trabajar”, aseguró.

La satisfacción laboral también es enorme, pues las aplicaciones que esta ingeniera de software ha desarrollado llegan a miles de usuarios en Estados Unidos y Europa.

Para Laura Incer, es mucho lo que las mujeres pueden aportar desde puestos ingenieriles. “Nosotras prestamos atención a los detalles. Y siento que también soy muy conciliadora”.

En esta carrera, un día nunca es igual al otro, afirma ella. “ Hay un gran reto intelectual. La informática podés estudiarla y dedicarte a diferentes áreas, no es que solo vas a desarrollar software ”, aclaró la joven. Además, citó otro incentivo para que más mujeres quieran ser ingenieras: “Es un campo en el que se gana bien”.